Sí, decidí estudiar Letras.
Cada vez que una persona sabe que uno estudia Letras, lo primero que se muestra en su rostro es un terrible signo de interrogación. La mayoría se queda casi como se encontraba antes de hacer la pregunta. Y sí, no faltara aquel cándido personaje que, con toda la inocencia del mundo, quiera saber en qué letra del abecedario vamos, como si en la carrera se nos enseñara a hacer las caprichosas formas que la a, la b, la c y las otras letras han tenido a lo largo de los siglos.
Hay otros, ciertamente un poco más curiosos, que llegan más lejos. Imaginan que nos ponen a leer muchas cosas, pero no encuentran cómo semejante actividad puede tener otro provecho más que el mero descanso. Después de todo, ¿qué no leemos para pasar un rato agradable? ¿Hay otra cosa más inútil que convertir un gusto en una carrera o, lo que es más, en un modo de vida?
Es verdad que no puedo culparlos por pensar así. Es más, sería una mentira que yo llegué a la carrera porque no compartía este prejuicio. A decir verdad, creo que llegué a Letras precisamente por compartirlo; por pensar que un estudio de este tipo era más por capricho que por hacer algo socialmente útil o que fuera económicamente rentable.
Semejantes consideraciones son erróneas, pero, al mismo tiempo, demuestran el desprestigio en que han caído las Humanidades en el siglo XXI. Pareciera que la era de las computadoras, de las automatizaciones y de los frenéticos avances tecnológicos no deja espacio para este tipo de estudios.
Digo, ¿habrá que estudiar libros viejos cuando los periódicos de empleos gritan con desesperación que requieren un ejército de técnicos y un enjambre de contadores? ¿Hay que leer y gastarse los ojos para conocer alguna historia cuando Hollywood y Televisa nos las ofrecen con la magia del color y con toneladas de efectos? ¿Hay en las obras literarias una historia más verídica y auténtica que la telerrealidad de las hermanas Kardashian? Sin temor a equivocarme, he de afirmar que sí.
Nuestro mundo tecnocrático y práctico sigue requiriendo de las Humanidades y no se ha mostrado abiertamente contrario a ellas, más bien se reconoce como su deudor. Frente a los innegables logros de la técnica y de la ciencia, el monumento de las humanidades sigue en pie. Sus aportaciones nos recuerdan aquellos valores que, desde siempre, han sido patrimonio del espíritu humano y raíz de sus logros. En el caso de la Literatura, podemos estar seguros de que la palabra sigue teniendo un lugar al que no puede ni debe renunciar. Es más, su relación con la imagen ha sido siempre fecunda y está llamada a seguir dando frutos.
Sin pretensiones mesiánicas, podemos decir que la Literatura y las Humanidades en general tienen mucho que aportar. ¿Qué acaso no valdrá la pena enseñar a las personas la expresión de la belleza por medio de la palabra? Y, sin contar aquellos ideales estéticos que algunos llamarían ridículos, hay que tener presente que actividades nobles como la docencia son una posibilidad real para un egresado de Letras. Pero dejemos esas alturas académicas. Tareas más mundanas como la traducción y la corrección de estilo editorial son también labores a las que muy bien se puede dedicar quien termina sus estudios en Letras Hispánicas.
Vayamos ahora a los medios electrónicos. Pese a lo mucho que se dice hoy, ¿es verdad que la Ortografía y el uso adecuado de nuestra lengua están en la papelera de reciclaje de la red? ¿Podemos usar para nuestra publicidad como empresa una escritura y redacción del tipo que los adolescentes usan en Facebook y Twitter? Es obvio que no. En esos campos del desarrollo de la imagen corporativa, el Licenciado en Letras tiene mucho que dar. Por lo demás, el estudioso de la Literatura puede incursionar hasta en la industria turística, ya que puede conocer cómo se ha expresado el espíritu de una época o región en sus obras literarias. ¿Les suena conocido a mis paisanos jaliscienses el proyecto turístico de la Ruta Rulfiana que, precisamente, se basa en los relatos del escritor Juan Rulfo para definir su recorrido?
El estudiante de Letras tiene un campo más amplio que el que se pudiera pensar y eso ha sido una agradable sorpresa para mí. Pero el saberlo también es una suerte de llamado o compromiso para quienes desean deambular entre las palabras propias y ajenas. Se requiere de mucha flexibilidad, así como de una mentalidad abierta para conocer los aportes de otras disciplinas. El profesionista en Letras y en Humanidades en general, ha de tener la suficiente humildad para reconocer que no lo puede todo, que no lo sabe todo y para no hacer de sus percepciones las únicas dignas de tomarse en cuenta. Todo ello no será posible a menos de que se conserve en él aquella actitud que lo trajo a la carrera: el deseo sincero de seguir aprendiendo.